Era
un verano caluroso como de costumbre en el pueblo, por las orillas del río más
allá del bosque donde los sueños juegan a esconderse, corre un niño
persiguiendo mariposas con sus pies descalzos.
Lo
veo jugar cuan inocente criatura que sin medir consecuencias solo lanza sus brazos
en busca de su trofeo. Lo miro y me doy cuenta que ser niño es ser libre y es
que se nos da la posibilidad de conocer, aprender y crecer de una forma que
llegado el momento de ser adultos extrañamos.
La
pureza de ese niño se mezcla con la belleza del paisaje, he aquí el paraíso, un
lugar en donde los sueños se moldean hasta desgarrar el alma por el deseo de
hacerse realidad. Estoy bajo un árbol leyendo algo que habla sobre los recelos
y la desconfianza de la sociedad, y es que en estos días el mundo no se fía de
nadie, ni de la sombra ni de la luz.
Es
una pena que nadie aprecie al niño correr, tal vez debamos sacarnos los zapatos
de vez en cuando y disfrutar de la vida, sin imponer fronteras ni pretextos
para ser libres, pero estamos sumidos en ese sentimiento de querer ir lejos sin
partir.
Niño
pies descalzos, alma sin ataduras, mente sin corromper, corre libre al viento y
escapa de la condena que nos impone esta sociedad, permanece incorruptible en
tus ideales y no olvides que la felicidad puede estar en un par de pies
descalzos.